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Quiero un capricho...

Felisa llevaba tres tardes enteras estudiando bioestadística, algo infumable para no inventarnos palabras. Normalmente lo que hacía en estos momentos, cuando vivía en Perú,  era darse una vuelta, y tras una media hora, acababa comprando un par de bombones en su tienda favorita.

Mirando a través de la ventana aquella tarde de empeño, se dio cuenta de lo mucho que extrañaba esos bombones. Pamplona era gélida, Perú estaba lejos. Bajó por una calle y en la esquina de la segunda calle vio de reojo una tienda, llamada Valentina. Obviamente tú, querido visitante de Chiripa; yo, que lo escribo; y ella, la  desdichada Felisa, no esperamos encontrarnos los bombones de nuestra tierra en una tienda al otro lado del charco, pero bueno, Felisa dio la vuelta por todo el establecimiento buscando y para decepción de todos, no los encontró. Sin embargo encontró una infinidad de productos ricos y sanos que la reconfortaron, y superaban en sabor a sus preciados Waikiki. A veces hay que dejarnos arrastrar por lo externo en vez de anclarnos en lo conocido. A ella le fue bien, aprobó bioestadística, se merece un aplauso.

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